martes, 4 de diciembre de 2012

Entonces? jugamos al capitalismo?

!ue manera de divertirme con este post! -¿A ver qué me divierte
mucho?- el simple hecho de que algunos tomen por ingenuos a quienes
publican la "otra historia de la pelicula"...
En fin, el romance con el capitalismo es una realidad en la Cuba de
hoy - al menos eso es lo que percibo- ,en las clases de que recibo de
"Economía Política del Capitalismo" impartidas en la Universidad me
resulta alucinante la cantidad de mecanismos que sugieren romancear
con este sistema, -Iak!!- que la "sal" nos encoja confesados.
Aquí dejo el texto integro de Rogelio:

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[En Bubusopia] El romance con el capitalismo no nos sacará de la pobreza

Por Rogelio M. Díaz Moreno

El profesor Luis Sexto, en su popular columna del diario Juventud
Rebelde, reconviene a ciertos sujetos -sin llamarlos por su nombre -
por tomarse libertades muy parecidas a las que este servidor se ha
tomado, dígase, divulgar por alguna que otra irregular vía mis
opiniones críticas respecto a ciertas medidas aplicadas últimamente
por el gobierno cubano. En particular, yo recientemente la tomé con la
decisión -y Sexto la ha defendido- de entregar a inversores
extranjeros la administración de centrales azucareros de nuestro país.

En primer lugar, quiero dejar establecida mi consideración por la
persona y obra del discrepante, cuyo prestigio, amplio y bien
merecido, tiene poca necesidad de que yo abunde más en currículos u
honores. Su desacuerdo con los argumentos que despliego en estos
ruedos -sea yo, o no, la persona cuyas ideas le causan malestar- me
conduce a meditar con seriedad. La discrepancia de un sabio - tómese
el cumplido con sinceridad, tal como es extendido-, enseña más que la
acquiescencia fácil. Aún así, he de persistir en estas ideas, que
considero aún no rebatidas, tal vez con mayor grado de detalle y
profundización.

En primer lugar, permítaseme reivindicar la dosis cierta de
indiscreción que incluye la manera de socialización que aplico. Los
problemas que discuto con mis amigos, estamos convencidos, son los
mismos que afligen a millones de compatriotas en nuestro verde caimán
y tienen un reflejo, en las páginas de nuestra prensa, inversamente
proporcional a su extensión y gravedad. No tengo que recordarle a Luis
Sexto las deficiencias de nuestros diarios, que él ha sufrido mucho
más que yo. Si los medios de divulgación regulares no dan cabida a los
sentires, debates, críticas y proposiciones de muchas personas, todo
ello se desborda inevitablemente hacia los resquicios de la Internet,
la blogosfera, el correo electrónico y hasta el grafiti callejero, en
dependencia de las oportunidades y aptitudes de cada cual. Y cuando
algún lector discrepa o pide no ser molestado, se ofrecen las
correspondientes respuestas o disculpas y se toman las medidas para no
volver a perturbar su espíritu.

Ahora, en el tema particular de los convenios con socios extranjeros,
es posible que yo deba esclarecer un poco más mi parecer. Estaría de
acuerdo, como es natural, con quien me señale que el estado de la
planta agroindustrial cubana se caracteriza pr la descapitalización,
se encuentra arruinado por décadas de malas administraciones,
insuficientes y deficientes mantenimientos y, cómo ignorarlo o
negarlo, padece también de zancadillas colocadas por el malhadado
bloqueo estadounidense. Estaría de acuerdo, en principio, con quien
adelante la posibilidad de aprovechar oportunidades, socios y mercados
extranjeros con los que pueda establecerse una relación de mutua
conveniencia.

¿Dónde está entonces el desacuerdo con Sexto? En quién desempeña el
papel del socio cubano. Por cinco décadas, la dirección de toda la
actividad económica ha estado en manos de funcionarios, de burócratas,
en una palabra, del Estado. Los trabajadores, como es harto
reconocido, nunca desarrollaron el sentido de propiedad de unas
empresas para las que laboraban a cambio, básicamente, de un salario.
Que aquel mismo Estado ofreciera privilegios ciertos en ciertos campos
como salud y educación no impedía que, en el puesto laboral, la
relación establecida fuera la de patrón autoritario versus trabajador
enajenado, en la aplastante mayoría de los casos. Quien pretenda
defender otra versión, se da de bruces contra las realidades de
productividad paupérrima, la sustracción de todo tipo de productos,
mercancías y materias primas, la doble moral y la simulación
desarrolladas ante cada instrumento de inspección y control aplicados
por los "niveles centrales" y la refractariedad cada vez mayor a los
llamados de conciencia. La dirección de las empresas, la figura
rectora, el "CEO" cubano, no es y no ha sido nunca el cuerpo de
trabajadores plantilla de la fábrica, el central, el taller, sino un
órgano enajenado de estos, envuelto en brumosas lejanías, poco
inclinado a escuchar críticas y más bien dedicado a disciplinar de
arriba hacia abajo.

Yo no voy a entrar a analizar ahora si es ese cuerpo de dirección el
principal culpable de los males de la empresa cubana llamada
socialista, o si los males vienen de más arriba, de las estructuras
supremas de dirección. Lo que quiero destacar es que, nunca, en
ninguna circunstancia, estuvo la dirección y administración en manos
de la clase obrera libre y autonómicamente organizada. Siempre se le
consideró como "inmadura", "no lista", necesitada de liderazgo y
conducción por quienes sabían más. Quienes deseaban revolucionar las
cosas eran siempre puestos en su lugar. De esa forma, la única
producción eficiente en Cuba terminó siendo la de los pequeños
agricultores, dueños particulares, tal vez, de la cuarta parte de las
tierras y productores de las tres cuartas partes de la comida.

No sé si alguien ha hecho el recuento de la cantidad de experimentos
fallidos en la economía cubana. Ya fueran los métodos importados del
CAME; la apelación al estímulo moral; la introducción de doble moneda;
jabitas de aseo con cuatro jabones, una maquinita de afeitar y un
champú que duplicaban el salario efectivo, o la madre de los tomates,
el resultado final es siempre el mismo, el irreversible detrimento de
la actividad económica y el nivel de desarrollo social. Cada equipo
importado, de Oriente u Occidente, del Norte o del Sur, ha terminado
subutilizado, deteriorado, oxidado y hasta abandonado por las más
disímiles causas... a excepción de los camiones de los transportistas
privados, los tractores particulares de los campesinos, los tornos y
otras máquinas sencillas de los cuentapropistas actuales o de antes.
Siempre había una justificación para mantener, aunque hubiera que
maquillarla un poco, la empresa estatal. Siempre había, y se
mantiene, las reservas contra el desempeño de los trabajadores
autoorganizados.

Yo aceptaría, como posible buena idea, el convenio con el socio
extranjero, brasileño, canadiense, ruso o malayo, cuando su
contraparte cubana sea un colectivo de personas trabajadoras que
administran autonómicamente su centro de trabajo, ya sea central
azucarero, mina de níquel, hotel o planta de masa para churros. Un
colectivo así, con las potestades necesarias, reconocidas y protegidas
por la legislación, con derechos y deberes sobre recursos naturales,
maquinarias, actividad comercial y social, etcétera, puede efectuar
convenios de este tipo con mucha mayor probabilidad de provecho para
sí y para el país, que los mismos funcionarios que cometieron
desfalcos masivos en los convenios con empresas de minería, de
cruceros, aerolíneas y otras que han sido objeto de fuertes
operaciones penales por la Contraloría de la República. Tampoco nos
han explicado, en ningún sitio, cómo se ha manejado la cuestión de la
opinión de los trabajadores del centro involucrado, cómo se proyectan
los cuerpos sindicales al respecto, qué tipo de relaciones tendrán
ahora con la nueva administración. La variante que yo defiendo, a mi
modesto entender, tiene muchas más posibilidades de trascender la
pobreza que hoy padecemos; de conseguir que cada persona esforzada
alcance -en esta vida, no en el futuro de las promesas- un estado de
bienestar moderado donde se potencien los ideales humanistas de
solidaridad, fraternidad, y libre y pleno desenvolvimiento espiritual.

Si la burocracia actualmente enquistada se rehúsa a ceder el control y
busca -cediendo potestades a administraciones extranjeras- salvar una
parte del pastel que no quieren compartir, lo condenaré, lo criticaré,
lo compararé con todos los antecedentes que me permitan desnudar la
falta de patriotismo que exhiben quienes confían más en el
inversionista extranjero que en la ingeniosidad y responsabilidad del
compatriota que sí está dispuesto a sudar, pero no por un ideal y un
discurso abstracto que lleva cincuenta años, básicamente, exigiendo
sacrificios. Tampoco es muy difícil descubrir los trapos sucios del
subimperialismo regional brasileño, responsable de bastantes
atropellos, denunciados y reconocidos entre sus vecinos menos
afortunados del área geográfica, así como de uno de los niveles de
desigualdad más marcados en América Latina y el mundo, por más que los
recientes gobiernos de Lula y la Roussef hayan aliviado un poco las
situaciones más extremas. Nadie debe dejar de tener en cuenta que los
monopolios y corporaciones trasnacionales son -como consta en el
Manifiesto Comunista, El Capital y unos cuantos más- de raíz
capitalista, antes que norteamericana, o alemana, o inglesa, o
brasileña. No nos durmamos con el cuento de que hay capitalistas
buenos y capitalistas malos, so pena de despertarnos con la
desagradable sorpresa de que, para todos ellos, Vale Todo.

Le agradezco al maestro Luis Sexto, una vez más, que haya abordado
esta cuestión -haya partido de mí o no el impulso que lo movió- pues
me condujo, de esta forma, a trabajar y meditar más profundamente
sobre este tema.

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