Por Norge Espinosa Mendoza
No voy a estar en Cuba mientras el fragor del nuevo censo de población
vaya puerta por puerta. Me perderé la oportunidad, entonces, de
recibir a la persona que irá a mi casa para convertirme en un número,
en una estadística que algo dirá sobre lo que somos en Cuba ahora
mismo. Un número tras el cual estará la biografía de todos los que
hagan ese gesto, con la esperanza de quedar como una marca en el mapa
vivo del país. Hace ya varios meses nos habían advertido que las
relaciones entre personas del mismo sexo no estarían contempladas en
dicho repaso, que los homosexuales y lesbianas que tuvieran el arrojo
de asumir la naturaleza de sus enlaces ante los encargados de esta
operación, quedarían encubiertos por una voluntad nada relacionada con
lo poco o lo mucho que hemos ido ganando sobre todo a partir del 2008,
cuando comenzó a reconocerse en Cuba el Día Mundial de Lucha contra la
Homofobia y parecieron removerse ciertos pedazos de la moralina
tropical para que tuviéramos un rostro en ese mismo conglomerado que
bajo el sol ardiente y tantas circunstancias que a otros pueden
parecer insólitas, nos unen en diversos tipos de batallas.
La negativa de la oficina que realiza el censo a asimilar la verdad de
estas parejas se escuda en la impersonalidad de las cifras, en el
simple conteo, pero como han detectado varios activistas, es una
maniobra que genera una mayor carga de oscuridad sobre lo que creíamos
ganado. La cadena de contradicciones, demoras, esperas vacías, que
sigue atentando en la Isla contra el reconocimiento natural y pleno de
un hecho que sería ridículo negar ya, gana con este elemento un nuevo
punto de apoyo, al que deberían haber respondido ciertas instituciones
relacionadas con este batallar, y que no se han expresado como sus
agendas debieran confirmarnos. En otros sitios del mundo, esto
bastaría para que hubiera alguna protesta ante la fachada del
organismo que emite el censo. En Cuba, nos queda el estrecho margen
que blogueros, activistas, periodistas muy comprometidos, quieran
dilatar para que esta estrategia no los reduzca a simples dígitos.
¿Qué puede significar en Cuba estar al margen de lo que el censo
representará, si esta no es más que otra fórmula de invisibilización
acerca de la calidad y las carencias auténticas de lo que somos? Poco
o mucho, porque el censo puede ser apreciado solo como dato frío, pero
también exigiría un grado de responsabilidad hacia esos rostros, esas
parejas, esas vidas que se enfrentan diariamente a la homofobia
institucionalizada, la misma que apela a estos actos para recordarnos
su peso. La ingenuidad no debiera acompañarnos para que recibamos
pasivamente este tipo de rechazos. Vivir en Cuba da el derecho a todos
sus ciudadanas y ciudadanos a estar ahí, en ese conteo, y más, nos da
el derecho de reconocer el modo en que vivimos por encima de
estrecheces tanto morales como económicas, en pro de un respeto básico
a la individualidad que encarnamos ahora mismo en la Nación. El dejo
político que se oculta tras esta nueva negativa, el retardamiento de
un punto de asunción que algunos han manejado con veracidad y otros
hipócritamente cuando se acercan ciertas fechas y parece estar bien,
ser correcto, hablando de la supuesta capacidad ya ganada para que
tengamos como una pieza más en nuestro entorno a gays, lesbianas,
transexuales, pacientes de VIH/Sida, etc., nos recuerda cuánto falta
en el país para que en verdad seamos algo más que un número, una mano
que se levanta junto a otras unánimemente en gesto mecánico, una voz
confundida con las otras voces.
Lo conseguido en esta lidia no debiera reducirnos a Ciudadano Cero, de
ahí mi apoyo a las ideas que varios de estos activistas han ido
disparando contra el silencio que emanaría de esos reportes. Seguir
callados o cruzados de brazos ante la manera en que nos anulan, nos
editan como a ciertas escenas de seriales televisivos, nos mezclan
impunemente con otros conceptos sin haber siquiera indagado en lo que
quisiéramos o no participar, es una actitud a la que hay que enfrentar
con radicalidad e inteligencia. Incluso cuando, como ahora, ya ha
bajado por mandato el concepto de registro para este censo, y parezca
imposible torcer el criterio retrógrado con el que, evidentemente, se
sigue pensando la realidad en ciertas esferas.
El censo es apenas un símbolo de ello, y aunque parezca ingenuo colgar
una bandera del arcoiris en un punto visible de la casa para al menos
inquietar a los "censores", va mi apoyo por esa provocación. La vida
cubana, la que se explica en términos oficiales, está necesitada de
ello. No quiero ser un Ciudadano Cero. Ni siquiera ahora que, por unos
meses, estoy fuera de mi país, donde me repito una y otra vez aquello
de "I am what I am".
Es lo que lamento al no poder abrir la puerta a quien quiera saber
quién soy, con cuántas personas vivo, mi edad. Etcétera. No quiero ser
un número. Pero si quiero ser una persona dispuesta a reconocer lo que
soy, y que no se me arrebate mi derecho al deseo. A desear el cuerpo
que se me antoje. Me hubiera encantado recibir a ese hipotético
encargado del censo envuelto apenas en mi bandera cubana.
Tomado de:
Proyecto Arcoiris. Colectivo LGBT de Cuba, anticapitalista e independiente
http://proyectoarcoiris.wordpress.com/2012/09/07/ciudadano-cero/
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