Por Victor Fowler Calzada
A la UNEAC
ICL
MINCULT
ICAIC
He
leído con atención la nota oficial publicada en el periódico Granma
el día 2 noviembre 2013 y en la cual se avisa de la decisión tomada
por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros en cuanto a prohibir,
con efecto inmediato, toda actividad de las salas de proyección de
películas en 3D operadas por propietarios privados, así como de los
salones de juegos de computadoras. El presente mensaje breve que les
envío tiene que como objeto el expresar –pese a que no tenga
importancia alguna para algo que ya se decidió y aplicó- mi desacuedo
con la medida, en particular todo lo que en ella propone -a propósito
del consumo cultural - una suerte de oposición entre los conceptos
calidad y banalidad dado las inquietantes consecuencias que ello tiene a
nivel social.
Pienso
que si bien cualquier Estado tiene el derecho y la obligación de
regular y normar las actividades económicas que en el territorio que
abarca son realizadas, ninguno lo tiene para decidir (y esto es de lo
que principalmente trata el conflicto) cuál debe de ser el consumo
cultural de sus nacionales. Al Estado le corresponde la obligación de
facilitar una mejor educación y disfrute de la cultura realmente
universales, durante la ejecución de sus proyectos esboza y presenta
la meta de aquello que considera la virtud ciudadana respecto a la
relación entre el individuo nacional y la cultura; pero como tal el
Estado no es un maestro ni la sociedad un conjunto de estudiantes
sentados en los pupitres de un aula permanente, sometido a exámenes
periódicos de habilidad y temoroso de obtener bajas calificaciones o
de una vez por todas suspender. Dicho de otro modo, el Estado es un
enorme facilitador, no un juez severo (lo cual queda pasra el mundo
sangriento de la guerra)..
Tan
continuada insistencia en el tema de la banalidad, fantasma que en
las más diversas intervenciones sobre cultura nacional aparece una y
otra vez, hace pensar que en algún punto existe (o tendría que existir)
algo así como el ser banal, especie de arquetipo negativo del
consumidor cultural. En este punto, lo más difícil de entender (y
aceptar) es que –coexistiendo con el consumo cultural de (o con)
calidad- igual debe de existir espacio de existencia para el
consumidor "banal".
En
este sentido, ser banal es una más entre las opciones de realización
que una sociedad sana tiene para sus sujetos y los individuos poseen
todo el derecho a consumir, sin la interferencia del Estado, los
productos culturales del nivel jerárquico que así deseen, en especial
los del nivel más bajo desde el punto de vista de la estética. Esto
último resulta fundamental, ya que la efectividad de una democracia se
prueba en la capacidad de acción (de realización, de vida) que de
manera concreta existe para aquellos portadores del límite negativo
del proyecto.
Más
allá de esto, y acaso lo principal, es que el fantasma de la banalidad
fabrica una figura de supuesta alienación y que, prácticamente,
equivale a un nuevo enemigo social, puesto que se trata de alguien que
insiste en mantenerse "externo" a la supuesta corriente sana de la
calidad en el consumo; entonces, contrario a ello, no sólo es
necesario defender el ser banal como un derecho humano, sino denunciar
la falsedad de establecer equivalencias entre la calidad del consumo
cultural de la persona y el altruismo, sentido solidario y valor de su
aporte social.
Se
pierde la brújula cuando –en lugar de orientar la discusión hacia la
erosión de la solidaridad, los logros en el trabajo, la pérdida de
amor o bondad en el trato entre las personas, el aumento del egoísmo,
etc.- la energía se moviliza para extraer, de la "calidad" del consumo
cultural, indicadores que alumbren la dinámica de los flujos sociales;
como si la pregunta al reflejo pudiese sustituir el encuentro con el
objeto.
Para mayor confusión, mientras que en una entrevista a Fernando Rojas, vice-ministro de Cultura (27/10/2013) este afirma que el Ministerio de Cultura estudia medidas que
aplicar para que las salas 3D tributen a la política cultural de la
Revolución, política cultural que Rojas señala que es una sola, en la
nota oficial del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros
(2/11/2013), apenas una semana más tarde, es ordenado el cierre inmediato de tales salas
y nada deja entrever que vayan a ser reabiertas. Con esto, y por más
que la nota insista en que la medida no constituye un retroceso en la
nueva política económica del país, de forma implícita acaba de
consagrar el principio de que ningún nuevo oficio tiene posibilidades
de existir hasta tanto no sea imaginado y comprendido por las más
altas autoridades político-económicas del país.
Vale
la pena señalar que -a reserva de algún descubrimiento- las películas
proyectadas en las salas de video 3D (he asistido a tres diferentes)
son las mismas que en cualquier sala de video del circuito estatal o
en la televisión. Realmente es difícil entender de qué se habla cuando
de la intervención de Rojas se deriva que lo normal de estas salas de
video 3D es promover "mucha frivolidad, mediocridad, seudo-cultura y
banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que
prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la
calidad."
Por
desgracia, la ecuación entre frivolidad, mediocridad, seudo-cultura y
banalidad en absoluto es clara en el presente en que vivimos y hace ya
más de 20 años que un conocido teórico cultural llamaba la atención
acerca de que, en modo alguno, un espectáculo de Madonna (trabajado a un
altísimo nivel organizacional, profesional y tecnológico) podía ser
considerado "baja cultura"; cuando un fenómeno como el Cirque de
Soleil hace de ese viejísimo entretenimiento una nueva forma de arte;
cuando la amplia gama que va de la computadora al teléfono digital
cambia la comunicación, el entretenimiento e incluso las formas de
producir y consumir arte; cuando el refinado arte de la ópera
encuentra, gracias a la canción popular, nuevos públicos.
Todo ha cambiado, incluso las bases en las cuales encuentra su apoyo el diseño de las políticas culturales.
Las
prohibiciones constituyen cierres que niegan todo camino al diálogo,
tanto en el presente como en un futuro situado a distancia razonable
(préstese atención a la fuerza que en la nota oficial cobra el
adverbio 'nunca') y, al cortar esa posibilidad, de inmediato dirigen
la intensidad del poder (la enormidad del aparato administrativo y
discursivo que lo conforma) en contra de procesos, actitudes y cosas.
Lo
sorprendente que presenciamos aquí es la deriva según la cual una
política pública (en este caso la "política cultural"), de servicio,
cobra autonomía y se constituye en un objetivo en sí misma, por encima
de los cambios que hayan tenido lugar en la temporalidad; es por eso
que, aunque débil e incompleta, alguna explicación es ofrecida en
cuanto a la prohibición de las salas de video 3D, a la vez que
practicamente nada es dicho acerca de la prohibición de los salones de
juegos de computadora. En este punto queda la amarga sensación de que
la retórica (vieja) ha sido incapaz de elaborar algún discurso
coherente para enfrentar a la (nueva) realidad.
Al
final, y esta es la parte más nociva de las prohibiciones, es que
actúan como si lo único que existiese fuesen las normativas y el
control de un lado, mientras que del otro el objeto o la práctica que
eliminar; de tal modo, puesto que no se discute, queda privado de voz
(sin que tampoco se le ofrezca respuesta alguna) lo que –a mi
entender- es lo más importante: la alegría. Dicho de otro modo, el
hecho de que la cantidad de alegría que a diario se manifestaba en los
lugares ahora cerrados (salas de video 3D y salones de juegos de
computadoras) proviene de miles de personas concretas que allí gozaban
de su tiempo libre, mis hijos, mi esposa y yo entre ellas. A estos
les ha sido negado algo que, muy rápidamente, aprendieron a considerar
como parte del disfrute y a cambio reciben absolutamente nada.
Puesto
que, junto con todo lo hasta aquí dicho, es loable exponer a la más
severa crítica pública todo producto cultural que estimule el racismo,
el machismo, el sexismo, la violencia, la prevalencia del dinero y sus
formas de generar dominación por sobre la amistad, la solidaridad o
el amor, pienso que, entre otros muchos temas, varios de los que
motivan la presente intervención merecen ser discutidos en algunas de
las Comisiones que realizarán su trabajo durante el venidero Congreso
de la UNEAC. Por tal razón comparto preocupaciones y dudas con
quienes, como ustedes, son mis colegas. Es algo que hago con la
convicción de que debemos de discutir mucho, pero no con las pasiones de
la agitación y propaganda, sino con la desgarrada profundidad de la
ciencia.
Nota de
Bubusopía: Victor Fowler Calzada (La Habana, 1960). Licenciado en
Pedagogía. Notable intelectual y escritor cubano. Premio Nacional de la
Crítica, 1998; Premios UNEAC de Ensayo y Poesía y Premio Nicolás
Guillén de Poesía, entre otros. Consultar más aquí.
Tomado de: Bubusopía
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