domingo, 14 de diciembre de 2014

Diciembre 14 , Entrada 2 recuerdos del parque de los disparadores.

Que fuerte! Me acabo de enterar que en el Vedado los parques tienen un público específico, con su territorio marcado y todo. Yo pensaba que eso existía solo en las películas y series televisivas de tema gay. Pero como siempre la realidad me ha demostrado superar la ficción, aquí va mi narración.

Resultó ser que hacía un tiempo, no mucho, me encontraba en el capitalino Vedado de la Habana compartiendo con unas amistades, hablámos de trabajo en conjunto, posibles proyectos, etc. 

Cuando terminamos la reunión, una parte decidimos acompañar hasta el Cine Riviera a una de las amistades y de paso platicar de otros tópicos que no fueran de trabajo. Al llegar al cine, la persona que acompañamos se percató que el filme que deseaba ver no se transmitiría hasta las 10 de la noche, por lo que optamos caminar por la avenida veintitrés hasta El Coppelia, lugar donde yo abordaría el transporte hasta mi casa.

En el camino hizo algo de hambre y compartimos una pizza, luego pasamos por la farmacia para obtener unos medicamentos para la alergia que padezco, pero fue una espera por gusto. Después de veinte minutos de espera en la dispensa no había ningún medicamento. Por lo que continuamos caminando hasta la parada donde me despedí del acompañante que quedaba, porque en unos metros antes de llegar a mi parada la otra pudo abordar un taxi rutero.

Estaba solo en la parada, aburrido, mirando la gente transitar de un lado a otro. De repente advertí por el rabillo del ojo un individuo de unos cincuenta años, supuse por las canas en la barba y la forma de vestir que no le hacía ver nada desagradable. El sujeto me miró y yo me quedé con la vista fija hacia donde estaba pero mirando más allá como si estuviera esperando el P16, que en realidad lo estaba esperando. Ya me estaba dando dolor en los pies de tanto rato estar de pie.

Iniciaron los preparativos para el cortejo.

Era divertido el modo que me miraba y yo me hacía el que no era conmigo, pretendía actuar como si no supiera que el flirteo era conmigo. Me daba igual, pero la lívido no pensaba lo mismo porque para ella, la mesa estaba servida en bandeja de oro. Claro, un sujeto que te mira fijamente, o te conoce de algún lugar, o quiere conocerte.

Mientras me decidía si entablaba conversación con el sujeto en cuestión, advertí que pasaba por en frente un P16.

– Es ahora o nunca luisito – Pensé, y actué.

Para estar seguro de que la cosa era conmigo me acerqué hasta donde estaba desde otra dirección para confirmar que el flirteo era conmigo. Cuando lo confirmé puse en práctica el ABC de la comunicación formal.

– Me puedes decir la hora? 

En ese momento comenzó el cortejo en serio.

Todo fluyó como el agua entre las manos, una pregunta condujo a una respuesta, otra pregunta ha una sugerencia, y me olvidé de subir en mi P16.Caminamos por toda la avenida 23 hasta la calle G donde está ubicado el restaurante del Castillo de Jagua, sitio perfecto para el cortejo, y lo fue.

Dentro del restaurante me di el gusto de invitarle una cerveza. "Ay ese placer de cambiar los roles", reflexionaba al ordenar la bebida para mi acompañante y debo admitir que se siente muy bien estar en la posición del que paga, siempre y cuando el placer de servir es real. Como lo fue en mi ocasión, disfrutar de una buena compañía, una charla y una cerveza pagada con mi dinero.

Estuvimos conversando casi una hora y le confesé que por un momento de lo que tenía ganas era de meterlo dentro una habitación y traer a la realidad muchas de mis fantasías sexuales.

El pobre hombre no sabía donde meter la cara, solo me miraba y decía "Eres un pillo¡Esa mirada picara que tienes. ¡Luisitoo!" Exclamó y me regaló una sonrisa como respuesta al fruncido de mis cejas.

– ¿Nos vamos? – le dije y Sugerí continuar la charla en un lugar público y más íntimo. Él estuvo de acuerdo y entonces nos trasladamos a pie hasta el parque ubicado en 21 y H del Vedado.


Allí romanceamos a todo su esplendor, aquella escena no parecía pertenecer a Cuba. Algunas parejas pasaban y nosotros como si no fuera con nosotros. También porque la iluminación del parque se prestaba para el romance que duró casi una hora, cuando me percaté de dos personas, una alta y otra de menor estatura, pero de complexión fornida deambulaban por alrededor nuestro.

La primera vez no le presté mucha atención, pero la segunda vez que pasaron nos detuvimos y ellos se acercaron.

– Socio, hace falta que se vallan a hacer lo suyo a otro lugar – dijo el más alto de los dos.

– Por qué, no estamos haciendo nada malo – le respondí.

– Acere que el parque este no es de los maricones – dijo el de menor estatura.

– ¡Maricón y qué! Hay algún problema?, me parece que estoy bastante crecido para hacer con mi cuerpo lo que me de la gana – respondí con voz desafiante.

– Nosotros estamos de acuerdo con que hagan con su cuerpo un tambor o lo que les de la gana, pero nos están maleando la jugada compadre – Intercedió el más alto de los dos esta vez con mejor forma.

La verdad no entendí nada hasta que me explicó que ellos eran disparadores (hombres que se masturban mirando a las parejas heterosexuales hacer el sexo).

– Hombre pero por qué no lo dijiste desde un principio? Comunicándose la gente se entiende. O sea que este es su territorio. –Les dije ya más relajado. Yo estaba tenso, por un momento pensé que me iba a enfrentar con esos mastodontes a los golpes. Menos mal que no fue así.

– Si compadre, – Respondieron ellos.

Luego nos explicaron los sitios (otros parques del Vedado) donde las personas del mismo sexo (generalmente los hombres) se citan para romancear en el espacio público sin ser molestados.

Quedé sobremanera asombrado. Fue una experiencia peligrosa, porque hubo un instante de tensión, pero luego resultó ser divertida en extremo por el hecho de saber que en la Habana están identificados los sitios de encuentro para romancear, a ver, eso lo conocía ya, pero no lo había palpado. No había experimentado eso tan de cerca.

Al final mi acompañante, quien estaba literalmente muerto de miedo y asombrado por el valor que tuve al enfrentarme con esas personas y además salir airoso. Me acompañó hasta la calle G para yo abordar cualquier cosa hasta mi casa. Pues a la hora que salimos ya no había transporte y debía abordar un almendrón.

Eso hice.

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